hola

miércoles, 4 de febrero de 2009

Rache



El desgarrador llanto de un niño

se oye desde la desierta llanura.

La Tierra ya no es tan pura;

corrompida, color virgen negra es su destino.


Una lanza, un escudo, la flecha

que podía haber atravesado obligación

y voluntad, sumido todo en la más profunda inanición,

sin que para el fin del letargo haya fecha.


Esperanza. ¡Oh, la esperanza,

tantas veces evocada y siempre incapaz

de mantenerse viva! Muestra verde faz

como la Muerte, incansable esmeralda danza.


¿Queda algo por lo que luchar cuando

la carcoma que se alimenta de maldad

a todos avasalla en un mundo sin piedad?

La oscuridad nunca antes había llegado al prado.


De las latentes profundidades de la persona

surge el canto del sediento Necrófago

no se oye su ruido de caminante cansado;

Venganza irradia y en Venganza transforma.


Y brota el grito contenido,

desde siempre encadenado en las entrañas.

Ya no hay mesura, sino saña,

ya no hay mesura, hasta el corazón se ha ido.


Lo que queda de día ilumina, de repente,

la cabellera platina de la menospreciada mujer.

Viste humildad, sí, pero es en ella que se puede ver

la fuerza jamás esgrimida por mil hombres anteriormente.


Dolorido, pero vigoroso, se acerca el caballo.

Montura de reyes que sirve ahora a una causa

nada razonable y muy humana, pues no tiene pausa

el rencor del hombre hacia su tocayo.


Monta, monta y galopa, galopa hacia el abismo.

Bestia y jinete, al fin uno devenido,

saben que morir es su destino;

no es amigo de cobardes el viejo heroísmo.


¿Quién osa interponerse ante la belleza

que buscamos, en vano, definir siendo inefable?

En ristre la espada, hasta ella llegan en balde

pequeños Goliath ante el David de la mayor grandeza.




La Gran Sed mueve su brazo, de seguro ya sumiso.

Mares de sangre que intentan acallar el tempestuoso

tiempo pasado que la consume sin reposo

son el medio justificado por el fin que ella afrontar quiso.


Alas de Ícaro vistió a su partida

cegada por la inspiradora y ominosa Venganza.

Ella supo al empuñar en alto su lanza

que era tan sólo heroína de ida.


Veinte flechas del fastuoso cisne, del robusto

roble y del ardiente metal, bajo su pecho

clávanse, donde el corazón, ahora deshecho,

estar solía sin parecer rojo busto.


¿Muerta? Sí, mas galopa, galopa

que la Muerte no es más que la Nada a tu lado

si eres tú la jinete que se enfrenta a su hado

sin más arma que la que la Venganza otorga.


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