hola

sábado, 17 de enero de 2009

Una curiosa distorsión

"¿Cuánto tiempo llevas aquí?", preguntó el niño a la estatua.

"Ya no lo recuerdo. Sólo sé que nadie había hablado antes conmigo."

"¿Por qué?"

"Porque las estatuas no hablan."

"Pero, tú me estás hablando."

"No."

"Sí."

"No."

"Entonces, ¿quién habla?"

"Yo."

"¿Quién es yo?"

"Tú".

"Te crees que soy tonto porque tengo cinco años. No te rías de mí porque ya soy mayor."

"No me creo que seas tonto, porque eres yo."

"Eso no puede ser, yo soy yo y tú eres tú."

"Sí, y yo soy yo también".

"Estoy cansado, me voy."

"No, por favor, no te vayas. Nunca antes había hablado conmigo."

"Si eres yo, deberás saber qué es lo que me apetece hacer ahora, ¿no?."

"No."

"Entonces, quiere decir que no eres yo."

"Mira, te contaré un secreto. Somos el mismo individuo representado diferentemente a causa de una interferencia de dos realidades. Yo soy nuestro yo estatua; tú eres nuestro yo en niño."

"No me lo creo."

"Bien, porque es mentira."

Sin nada más que decir, el niño se sentó al pie de la estatua. Era de cobre, con algunas imperfecciones causadas por las incontables lluvias que habían caído sobre ella; también mostraban el paso del tiempo numerosas heces de paloma. Una de ellas, había ido a parar justo en la punta de su nariz.

Mientras el Sol se ponía, una paloma sobrevoló la isla. Sintió la natural e inevitable necesidad de defecar y la mierda cayó lentamente, silbando cual jilguero, atravesando, punzante, el silencio. Cuando el niño levantó la cabeza para admirar los restos del día, los restos de la paloma cayeron sobre la punta de su nariz.